(AS.com).- Si un partido de fútbol se mide por todo lo que reúne,
todo lo que sucede y los vaivenes emocionales que provoca, este fue un gran
partido. Desde luego fue uno de ritmo brutal y una lluvia de llegadas que caló
hasta desbordarse en cinco goles. Pudieron ser otros tantos. El partido tuvo
algo de épico, algo de magnífico y también algo de correcalles. Así que tuvo
algo de raro y Xavi, tantas veces facilitador, asistente y acompañante de lujo,
fue esta vez protagonista absoluto. Buscó el balón de Keita en el primer gol
que Van Bommel remachó en su portería. Provocó con una caída exagerada el
segundo en un penalti que transformó Messi. Y marcó el tercero en una magnífica
ruptura al espacio del '9'. La asistencia, un compás musicado, fue de Messi. Y
el remate del Xavi. ¿El mundo al revés? Tanto monta, monta tanto.
El partido sacó definitivamente al Barcelona del amago de lío en
el que se metió en la primera jornada, cuando no sentenció a este Milán que
sobrevive más allá de la lógica y de sus fuerzas. Empató en el Camp Nou con dos
goles en dos llegadas y empató dos veces un partido en el que tuvo ocasiones
pero en el que fue, en términos futbolísticos, descaradamente inferior. Es un
equipo con trazas de Jekyll y Hyde, endeble y oxidado atrás y lleno de talento
en ataque: Ibrahimovic, Robinho, Boateng o Pato con el eterno Seedorf como
catalizador.
La respuesta del Barcelona, la respuesta de Guardiola, fue la
ruleta rusa. Se desnudó atrás y fue tozudo para ganar con su filosofía llevada
al máximo riesgo: tres atrás (uno de ellos un Puyol todavía lento para jugar en
campo abierto), Piqué en el banquillo contra un equipo a priori temible por
alto, ningún delantero y Villa como único extremo incrustado en la derecha. El
resto, Busquets y Keita como coraza de una miríada de piezas que cambiaban,
aparecían y desaparecían, un puzzle frente a un espejo: Messi, Xavi, Cesc y
Thiago crearon una coreografía que tuvo fases sublimes, combinaciones eternas,
pases en profundidad letales y un aprovechamiento maravilloso de los espacios.
La vieja guardia defensiva del Milán, con Nesta lento y Abate superado, ni
encontraba referencias ni sabía qué y cómo marcar. Los recursos de Thiago Silva
le mantuvieron a flote junto a la categoría de su ataque: Ibrahimovic empató
primero con un gol marca de la casa tras asistencia de Seedorf. Boateng puso el
2-2 tras un regate de tacón a Abidal.
El Milán sobrevivió en parte gracias a los indultos del
Barcelona, creó un buen puñado de ocasiones, se quejó a Stark por el penalti
del 1-2 y acabó buscando el empate. No es poco. El Barcelona cumplió con su
deber para olvidarse de la Champions hasta el próximo año y dejó sensaciones
enfrentadas: indefendible en ataque cuando combinó, débil en defensa con una línea
de tres que sufre en partidos grandes a domicilio: ya pasó en Valencia. Villa
estuvo negado, Keita y Busquets amarraron poco en la medular y Puyol sufrió en
el primer tiempo. En el otro lado de la balanza, Thiago hizo un primer tiempo
sublime, Cesc dejó su habitual estela de jugador de partidos grandes, Messi
tuvo apariciones selectivas y decisivas y Xavi estuvo esta vez en ejecutor en
un sistema que provocaba constantes irrupciones desde el centro del campo por
el carril del (inexistente) delantero centro. Fue de hecho lo mejor del
Barcelona. Por eso Ibrahimovic, un delantero tremendo, no encajaba en este
equipo que selló un triunfo que afianza su jerarquía, aligera el calendario y
lleva, claro, dedicatoria especial para Tito Vilanova.
FUENTE:
AS.com
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